sábado, 17 de julio de 2010

UN YANQUI EN LA CORTE DE LOS BEATLES

Hace un tiempo Raúl Acin, redactor jefe de la revista en la red We Love Cinema, me pidió un artículo para la segunda entrega de la publicación. El tema era Cine Teen. Yo tambien fui un espectador adolescente. Escogí hablar de Richard Lester y concretamente de !Qué noche la de aquel dia¡. La revista acaba de terminar la publicación de su tercer número: Cine latinoamericano de ayer y hoy. Recomiendo a todo el mundo que la busque. Es francamente estimulante.
http://www.welovecinema.es/
Y mientras tanto, quién quiera, puede leer el artículo aquí.

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A principios de los años sesenta, Estados Unidos vivía una época en la que ser joven no era una ganga, pero si tenía muchos alicientes (cuando no¡¡¡). Los teenagers dominaban el mercado de la música, las revistas, la moda y naturalmente el cine. Los adolescentes, rebeldes con o sin causa, tenían algo que decir. Y surgía una industria que aprovechaba esa fuerza vital en todas las direcciones.
En Europa, en cambio, los adolescentes de la misma época no existían como fuerza social, no contaban ni para la cultura ni para la economía, ni para el cine. Los movimientos sísmicos que cambiaron el cine en esos años, Free Cinema inglés, Nouvelle Vague francesa, Nuevo Cine Español, etc, estaban conducidos por adultos, jóvenes, pero adultos. Sus problemas no eran los de los teenagers, eran los de una generación que estaba ya asentada en la vida y no le gustaba lo que veía.
Los adolescentes americanos bailaban rock and roll, llenaban los drive in para ver películas de terror comiendo palomitas y vestían de colores; los adolescentes europeos, bailaban agarrado, casi no iban al cine y vestían de gris. Europa era gris, existencialista, filosófica y aburrida.
Pero todo cambió de pronto a principios de los años sesenta. En la rígida y fría Inglaterra apareció de forma inesperada un movimiento abanderado por un grupo musical de nombre absurdo que conmovió los cimientos de la sociedad de la isla y del continente. Los Beatles, con sus melenas, con su irreverencia, con su música alegre y sencilla, iluminaron un paisaje de brumas y fueron un soplo de aire fresco que se extendió hacia otros sectores de la cultura: la moda, con la aparición de las grandes modelos y los fotógrafos que creaban tendencias; el cine, con la irrupción de un grupo de jóvenes directores que a diferencia de sus predecesores no quería mostrar el malestar de la sociedad, sino la urgencia de transformarla; la televisión que empezaba a ser un espacio a tener en cuenta. La década de los sesenta fue una explosión de luz y de color.
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Uno de los principales responsables de esta explosión fue un joven americano nacido en 1932 que después de viajar por medio mundo acabó en Londres en 1956. Su irrupción fue realmente refrescante. Dick Lester se incorporó como director en una serie de televisión de humor basada en un show que había triunfado en la radio desde 1951 y que hizo de The Goons, un grupo de humor entre los que estaba Peter Sellers, los precursores directos de Monty Python, (algún día habrá que analizar la influencia americana en la creación del humor inglés). Dick Lester era un director sin complejos, que se atrevía a hacer barbaridades siguiendo la línea trazada por los cómicos. En 1960, dirigió con ellos un corto de cine The Running Jumping and Standing Still Film. Fue su carta de presentación en una industria dominada por las películas serias. Mouse on the Moon, (Un ratón en la luna), en 1963, confirmó que aquel americano alto y sin pelo tenía una forma distinta de hacer las cosas.
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Estamos en octubre de 1963. Los Beatles empiezan a ser famosos, pero todavía no son las grandes estrellas en que se van a convertir tras su concierto en Nueva York a principios de 1964. Un avispado productor decide hacer una película con ellos. Barata, simple. Pero los chicos no quieren hacer un musical al uso, con cancioncillas tontas y argumento mas tonto aún. Quieren algo diferente y ese algo se lo puede dar el yanqui que dirige The Goons. El encuentro fue un flechazo. Richard Lester y Los Beatles se dieron cuenta de que tenían la oportunidad de hacer algo completamente nuevo, divirtiéndose juntos, improvisando, aprovechando el azar, copiando la vida y utilizando todo lo que les rodeaba. Y así nació A Hard Day’s Night (¡Qué noche la de aquél día!). Un musical atípico, una película para teenagers, un documental que era una ficción, una historia surreal y al mismo tiempo muy real que iba a consagrarlos a todos. Y de paso iba a sacar a Inglaterra del letargo en que vivía desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Tras el éxito de este experimento, Lester y los Beatles hicieron dos películas mas juntos: Help¡, en 1966, y How I Won the War (Cómo gané la guerra), en 1967. Pero el espíritu de ¡Qué noche la de aquél día¡ estaba también en las dos películas que hizo sin ellos antes de 1968: The Knack... and How to Get It (El Knack,,, y cómo conseguirlo) y A Funny Thing Happened on The Way to The Forum (Golfus de Roma), una de las más divertidas parodias del cine de romanos rodado precisamente en los decorados donde se acababa de filmar La caída del imperio romano, de Anthony Mann.
En 1968, Dick Lester pasó a llamarse Richard Lester y dejó de hacer películas teen para dedicarse a hacer películas adultas. En ese momento dejó de ser tema para este artículo.
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¿Se han preguntado alguna vez por que hablamos de Teenagers, en inglés, y en cambio hablamos de Veinteañeros y no Twentyagers?
¿Se han preguntado porque el término, tan utilizado hasta la saciedad en décadas pasadas, ha dejado de ser un vocablo común en el lenguaje cotidiano?
¿Se han preguntado que significa en realidad Teenager?
Si miramos el diccionario, la definición de teenager es joven de 13 a 19 años. Es decir, adolescentes; es decir personitas que ya no son niños, pero aun no son adultos, (qué mas allá de los veinte se sea adulto, es otra cuestión)
Gente en la década de los diez. Una década crucial en la formación de la personalidad, del gusto, de la inteligencia, del humor, del sexo y de la vida. Una década donde todo está por construir y el mundo se abre por delante con todas sus posibilidades.
Pero si adolescentes ha habido toda la vida, no siempre ha habido teenagers. El término se asocia a los jóvenes del baby boom, es decir los adolescentes nacidos durante la segunda guerra mundial en Estados Unidos, que alcanzaban esta difícil edad en la década de los cincuenta. Una generación que vivió la música y el cine como ninguna otra antes los había vivido. La generación del rock and roll y los rebeldes sin una causa que prepararon el terreno para lo que en los sesenta se iba a convertir en rebeldes con una causa. La generación del sexo drogas y rock and roll que convivía con la de haz el amor y no la guerra.
Bueno hasta aquí el contexto.
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Vamos a lo concreto. En el año 64, cuando yo tenía catorce años, era sin ninguna duda una espectadora adolescente, una tennager entregada al cine. Me gustaba con pasión, me pasaba horas en las salas de reestreno donde me dejaban entrar a pesar de ser menor y dónde veía todo lo que podía.
Entre todo lo que podía ver ocupa un lugar importante una película, un director y un grupo musical: ¡Que noche la de aquel día¡, Richard Lester, Los Beatles. La ví en el cine Fémina de Barcelona una tarde de septiembre de 1964 (no es que tenga una memoria privilegiada, es que la hemeroteca de La Vanguardia es una fuente de evocar recuerdos extraordinaria). Fui con un grupo de amigas y de lo que si me acuerdo es de lo mucho que me gustó. Ya era fan de los Beatles a los que escuchaba continuamente, pero esa tarde a me hice fan de ese director, yo creía que inglés, que los hacia correr sin parar durante toda la película.
Pocos años después, aun era una teenager por edad, pero no por experiencias me reencontré con Richard Lester en un cine de los llamados de Arte y Ensayo, el Arcadia de Barcelona donde en 1968 se estrenó El Knack...y cómo conseguirlo. Entonces yo ya era una cinéfila, leía Fotogramas, y era asidua del circuito de arte y ensayo. Ya sabía que Richard Lester no era inglés sino americano, había visto Help¡ y Golfus de Roma y me dejaba arrastrar por el toque libre y divertido de todas sus historias. Aunque ya no podía disfrutarlos con la misma inocencia. En la España de 1968 a los 18 años, ya era una adulta.
Nuria Vidal

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