martes, 20 de julio de 2010

UNA EXPERIENCIA ESTIMULANTE

1% esquizofrenia, Ione Hernández, Julio Medem
¿Qué tienes debajo del sombrero?, Iñaki Peñafiel, Lola Barrera

Ver estas dos películas juntas es una experiencia importante, insólita. No solo por lo que cuentan, sino por la forma en que demuestran las múltiples posibilidades que tiene el documental para acercarse a distintas realidades. Ambas participan de una idea motriz: la de dar voz y visibilidad a gente que la sociedad prefiere mantener al margen, enfermos mentales y discapacitados o disminuidos. Pero cada uno de ellos se plantea su problemática de forma completamente distinta.

1% esquizofrenia, dirigido por Ione Hernández y Julio Medem, es un documental abstracto; ¿Qué tienes debajo del sombrero?, dirigido por Lola Barrera e Iñaki Peñafiel, es un documental naturalista.
El primero indaga en el pensamiento, en lo más profundo de los seres que investiga, los esquizofrénicos, dándoles todo el protagonismo, encerrándolos en una capsula de asilamiento para que su discurso, lúcido y brillante, doloroso en su parte más profunda, sea el que conduzca la acción. El observador, el interrogador, nunca aparece, está fuera de campo, pero su mirada no es neutra. No es una casualidad que todos los enfermos estén filmados a la derecha del cuadro, mientras que los supuestamente sanos (médicos, familiares, sociólogos) están a la izquierda. Sólo un personaje escapa a esta simetría: una mujer que cierra el documental en su calidad de médico y hermana de un esquizofrénico, situada estratégicamente en el centro del cuadro. Los fondos son siempre negros, menos en dos ocasiones: cuando se habla del suicidio y cuando se habla del mañana. Curioso que sea en esos dos momentos cuando la luz envuelve a los enfermos.
En ningún momento el film toma partido. No se defienden las teorías de la farmacología como única solución, pero tampoco se apoyan las teorías que abogan únicamente por la inserción social o la psicología. Quién investiga este terreno tan resbaladizo sabe que no hay una única respuesta y que lo mejor es saber alternar la química con la curación anímica. Lo mejor es la sensación de normalidad en su dolor que se desprende de los testimonios. ¿Hasta que punto son realmente enfermos o seres privilegiados que se han dado cuenta de lo absurdo que es este mundo y sus reglas de comportamiento social? La reflexión que hizo uno de los asistentes al pase ¿y si todo fuera una gran broma divina?, no deja de ser pertinente. Intentemos ir a las soluciones sin preocuparnos tanto de las causas.

¿Qué tienes debajo del sombrero?, en cambio es un documental que sitúa a sus personajes, que los coloca en un contexto, los arropa con toda clase de informaciones para que podamos llegar mejor a ellos. Con esto se consigue una cosa muy curiosa, darte cuenta de que la normalidad que nos rodea lo es exclusivamente porque somos mayoría. Si los seres humanos que pomposamente llamamos discapacitados fueran la mayoría, los raros seriamos nosotros. Y es que la normalidad es algo muy subjetivo y todos los personajes que pueblan este extraordinario universo de creación que es el Centro de Arte, están más allá de nuestros parámetros. La impresión que me han producido ellos y sus obras no es la de “artistas” en el sentido del término que conocemos, sino la de seres con otro lenguaje. ¿Aunque que son los artistas, los realmente buenos, sino seres con un lenguaje propio, con sus códigos y su gramática que los “normales muchas veces no comprendemos?

Tanto uno como otro son dos pequeños ejemplos de cómo el cine puede ir más allá de la narración. No en balde uno y otro me han hecho pensar en Joaquín Jordá. Monos como Becky y sobre todo Más allá del espejo, no están tan lejos de estos dos importantes y estimulantes documentales que plantean más interrogantes de los que uno normalmente quiere aceptar.
Nuria Vidal
20 de marzo 2007

sábado, 17 de julio de 2010

UN YANQUI EN LA CORTE DE LOS BEATLES

Hace un tiempo Raúl Acin, redactor jefe de la revista en la red We Love Cinema, me pidió un artículo para la segunda entrega de la publicación. El tema era Cine Teen. Yo tambien fui un espectador adolescente. Escogí hablar de Richard Lester y concretamente de !Qué noche la de aquel dia¡. La revista acaba de terminar la publicación de su tercer número: Cine latinoamericano de ayer y hoy. Recomiendo a todo el mundo que la busque. Es francamente estimulante.
http://www.welovecinema.es/
Y mientras tanto, quién quiera, puede leer el artículo aquí.

1
A principios de los años sesenta, Estados Unidos vivía una época en la que ser joven no era una ganga, pero si tenía muchos alicientes (cuando no¡¡¡). Los teenagers dominaban el mercado de la música, las revistas, la moda y naturalmente el cine. Los adolescentes, rebeldes con o sin causa, tenían algo que decir. Y surgía una industria que aprovechaba esa fuerza vital en todas las direcciones.
En Europa, en cambio, los adolescentes de la misma época no existían como fuerza social, no contaban ni para la cultura ni para la economía, ni para el cine. Los movimientos sísmicos que cambiaron el cine en esos años, Free Cinema inglés, Nouvelle Vague francesa, Nuevo Cine Español, etc, estaban conducidos por adultos, jóvenes, pero adultos. Sus problemas no eran los de los teenagers, eran los de una generación que estaba ya asentada en la vida y no le gustaba lo que veía.
Los adolescentes americanos bailaban rock and roll, llenaban los drive in para ver películas de terror comiendo palomitas y vestían de colores; los adolescentes europeos, bailaban agarrado, casi no iban al cine y vestían de gris. Europa era gris, existencialista, filosófica y aburrida.
Pero todo cambió de pronto a principios de los años sesenta. En la rígida y fría Inglaterra apareció de forma inesperada un movimiento abanderado por un grupo musical de nombre absurdo que conmovió los cimientos de la sociedad de la isla y del continente. Los Beatles, con sus melenas, con su irreverencia, con su música alegre y sencilla, iluminaron un paisaje de brumas y fueron un soplo de aire fresco que se extendió hacia otros sectores de la cultura: la moda, con la aparición de las grandes modelos y los fotógrafos que creaban tendencias; el cine, con la irrupción de un grupo de jóvenes directores que a diferencia de sus predecesores no quería mostrar el malestar de la sociedad, sino la urgencia de transformarla; la televisión que empezaba a ser un espacio a tener en cuenta. La década de los sesenta fue una explosión de luz y de color.
2
Uno de los principales responsables de esta explosión fue un joven americano nacido en 1932 que después de viajar por medio mundo acabó en Londres en 1956. Su irrupción fue realmente refrescante. Dick Lester se incorporó como director en una serie de televisión de humor basada en un show que había triunfado en la radio desde 1951 y que hizo de The Goons, un grupo de humor entre los que estaba Peter Sellers, los precursores directos de Monty Python, (algún día habrá que analizar la influencia americana en la creación del humor inglés). Dick Lester era un director sin complejos, que se atrevía a hacer barbaridades siguiendo la línea trazada por los cómicos. En 1960, dirigió con ellos un corto de cine The Running Jumping and Standing Still Film. Fue su carta de presentación en una industria dominada por las películas serias. Mouse on the Moon, (Un ratón en la luna), en 1963, confirmó que aquel americano alto y sin pelo tenía una forma distinta de hacer las cosas.
3
Estamos en octubre de 1963. Los Beatles empiezan a ser famosos, pero todavía no son las grandes estrellas en que se van a convertir tras su concierto en Nueva York a principios de 1964. Un avispado productor decide hacer una película con ellos. Barata, simple. Pero los chicos no quieren hacer un musical al uso, con cancioncillas tontas y argumento mas tonto aún. Quieren algo diferente y ese algo se lo puede dar el yanqui que dirige The Goons. El encuentro fue un flechazo. Richard Lester y Los Beatles se dieron cuenta de que tenían la oportunidad de hacer algo completamente nuevo, divirtiéndose juntos, improvisando, aprovechando el azar, copiando la vida y utilizando todo lo que les rodeaba. Y así nació A Hard Day’s Night (¡Qué noche la de aquél día!). Un musical atípico, una película para teenagers, un documental que era una ficción, una historia surreal y al mismo tiempo muy real que iba a consagrarlos a todos. Y de paso iba a sacar a Inglaterra del letargo en que vivía desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Tras el éxito de este experimento, Lester y los Beatles hicieron dos películas mas juntos: Help¡, en 1966, y How I Won the War (Cómo gané la guerra), en 1967. Pero el espíritu de ¡Qué noche la de aquél día¡ estaba también en las dos películas que hizo sin ellos antes de 1968: The Knack... and How to Get It (El Knack,,, y cómo conseguirlo) y A Funny Thing Happened on The Way to The Forum (Golfus de Roma), una de las más divertidas parodias del cine de romanos rodado precisamente en los decorados donde se acababa de filmar La caída del imperio romano, de Anthony Mann.
En 1968, Dick Lester pasó a llamarse Richard Lester y dejó de hacer películas teen para dedicarse a hacer películas adultas. En ese momento dejó de ser tema para este artículo.
4
¿Se han preguntado alguna vez por que hablamos de Teenagers, en inglés, y en cambio hablamos de Veinteañeros y no Twentyagers?
¿Se han preguntado porque el término, tan utilizado hasta la saciedad en décadas pasadas, ha dejado de ser un vocablo común en el lenguaje cotidiano?
¿Se han preguntado que significa en realidad Teenager?
Si miramos el diccionario, la definición de teenager es joven de 13 a 19 años. Es decir, adolescentes; es decir personitas que ya no son niños, pero aun no son adultos, (qué mas allá de los veinte se sea adulto, es otra cuestión)
Gente en la década de los diez. Una década crucial en la formación de la personalidad, del gusto, de la inteligencia, del humor, del sexo y de la vida. Una década donde todo está por construir y el mundo se abre por delante con todas sus posibilidades.
Pero si adolescentes ha habido toda la vida, no siempre ha habido teenagers. El término se asocia a los jóvenes del baby boom, es decir los adolescentes nacidos durante la segunda guerra mundial en Estados Unidos, que alcanzaban esta difícil edad en la década de los cincuenta. Una generación que vivió la música y el cine como ninguna otra antes los había vivido. La generación del rock and roll y los rebeldes sin una causa que prepararon el terreno para lo que en los sesenta se iba a convertir en rebeldes con una causa. La generación del sexo drogas y rock and roll que convivía con la de haz el amor y no la guerra.
Bueno hasta aquí el contexto.
5
Vamos a lo concreto. En el año 64, cuando yo tenía catorce años, era sin ninguna duda una espectadora adolescente, una tennager entregada al cine. Me gustaba con pasión, me pasaba horas en las salas de reestreno donde me dejaban entrar a pesar de ser menor y dónde veía todo lo que podía.
Entre todo lo que podía ver ocupa un lugar importante una película, un director y un grupo musical: ¡Que noche la de aquel día¡, Richard Lester, Los Beatles. La ví en el cine Fémina de Barcelona una tarde de septiembre de 1964 (no es que tenga una memoria privilegiada, es que la hemeroteca de La Vanguardia es una fuente de evocar recuerdos extraordinaria). Fui con un grupo de amigas y de lo que si me acuerdo es de lo mucho que me gustó. Ya era fan de los Beatles a los que escuchaba continuamente, pero esa tarde a me hice fan de ese director, yo creía que inglés, que los hacia correr sin parar durante toda la película.
Pocos años después, aun era una teenager por edad, pero no por experiencias me reencontré con Richard Lester en un cine de los llamados de Arte y Ensayo, el Arcadia de Barcelona donde en 1968 se estrenó El Knack...y cómo conseguirlo. Entonces yo ya era una cinéfila, leía Fotogramas, y era asidua del circuito de arte y ensayo. Ya sabía que Richard Lester no era inglés sino americano, había visto Help¡ y Golfus de Roma y me dejaba arrastrar por el toque libre y divertido de todas sus historias. Aunque ya no podía disfrutarlos con la misma inocencia. En la España de 1968 a los 18 años, ya era una adulta.
Nuria Vidal

jueves, 8 de julio de 2010

YO PREFIERO FLOR SILVESTRE

YO PREFIERO FLOR SILVESTRE
Nuria Vidal

PROLOGO
1
Una tarde de sábado en mi casa, en el D.F. Invierno de 1958. Mientras fuera ruge una tolvanera (tormentas de arena roja), en la sala nos disponemos a ver una película mexicana en la tele. Normalmente soy la única que mira las películas mexicanas. A mi me encantan las rancheras de Jorge Negrete, las de Tin Tan, las de Cantinflas un poco menos y las que más, las de Pedro Infante. Cuando me pongo delante de la tele a ver cualquiera de estas pelis, mi familia desaparece. Pero hoy no. Hoy mi madre se sienta a mi lado y se dispone a ver Flor silvestre conmigo. Mi madre se acuerda del día que vio la película en el cine Palacio Chino una tarde de mayo de 1943. Llevaban casados tres años y en su aniversario de boda fueron al cine. Aun no tenían casa, pero si un hijo y esperaban poder volver a España cuando acabara la guerra (la mundial, claro).
Quince años más tarde, tienen casa y tres hijos y siguen esperando volver a España en algún momento. Pero hoy, lo que cuenta es ver Flor silvestre, una película del Indio Fernández con Dolores del Río y Pedro Armendáriz.
A mi me gusta mucho la película (aunque no tanto como las de Pedro Infante, que conste). Me encanta porque es muy bonita: las nubes, los nopales, la india buena y hermosa, Pedro Armendáriz tan guapo... Disfruto con ella, aunque no estoy segura de si lo que más me gusta es verla sentada junto a mi madre oyéndola cantar bajito: Flor silvestre y campesina, Flor sencilla y natural, No te creen una flor fina, Por vivir junto al nopal.
2
Miércoles 22 de noviembre de 1972. Estamos en la Filmoteca, en Barcelona. A las cuatro hemos visto la primera parte de Tormenta sobre México, el film que Eisenstein rodó en 1933. Nos quedamos a la siguiente sesión: ponen Flor silvestre del Indio Fernández. No la he vuelto a ver desde aquella tarde de sábado. Muchas cosas han pasado desde entonces. Ahora vivo en España y voy a la Filmo casi cada día. Cuando empieza la película, me vienen a la memoria todos los recuerdos de aquella tarde y me salta una lágrima que disimulo en la oscuridad. Hoy veo la película de otra manera. Hoy se que quién es el Indio, quién es Dolores del Río y Gabriel Figueroa. También se que copiaron a Eisenstein descaradamente. Lo acabo de comprobar. Flor silvestre me vuelve a impresionar, pero por otros motivos. Dos días después vemos María Candelaria. Es preciosa en su ingenuidad tramposa. Los cielos de Figueroa son cuadros vivientes reflejados sobre las milpas de Xochimilco. Y Dolores está bellísima. ¿Es una buena película? No lo se ni me importa demasiado. Es un pedazo del falso México de mis recuerdos de infancia y eso me basta.

ANTES DE CONOCERSE
En 1942, Dolores del Río tiene 38 años, una carrera más o menos frustrada en Hollywood y dos maridos. Tiene también un desengaño amoroso. Orson Welles, el hombre con el que descubrió el sexo (en palabras a ella atribuidas, probablemente apócrifas), acaba de abandonarla. Nueve años más joven que ella, Welles está enfrascado en Ciudadano Kane y en... Rita Hayworth. Dolores decide volver a México y aceptar la oferta de trabajar con un joven director que le ofrece un papel protagonista muy diferente a todo lo que ha hecho hasta entonces.
Desde el primer momento se vio claro que la elegante y aristócrata actriz, con una vida a sus espaldas llena de cultura y lujos, y una divinidad que la elevaba a categoría de “diosa”, no iba a congeniar con aquel hombre “tan macho”, tan bruto, tan violento y tan avasallador.
El Indio tenía entonces 39 años, era grande, fuerte, un típico mexicano con bigotito estrecho y mirada oscura, con un espeso cabello negro. La leyenda afirmaba que no iba a ningún sitio sin sus pistolas y que no tenía reparo en usarlas. Actor más bien mediocre desde el año 1928, se había especializado en papeles de malvado de todo pelaje. Pero el Indio quería dirigir y no paró hasta conseguirlo. En 1941 rueda su primera película, La isla de la pasión, donde ya coincide con su alter ego en positivo: Pedro Armendáriz. Dos años después, su encuentro con Mauricio Magdaleno como guionista y con Gabriel Figueroa en la fotografía, le permitirá convertirse en el director de cine mexicano más conocido del mundo. Un nombre de referencia internacional gracias en parte a la favorable constelación de astros que juntó en un mismo momento y en cuatro films a Dolores, Pedro, Gabriel, Mauricio y El Indio.
La primera intención del Indio Fernández cuando vio a aquella mujer glacial (me remito a los textos que hablan de este tema) fue la de acostarse con ella pasara lo que pasara. Pero Dolores era mucha Dolores y le paró los pies al Indio con una sola mirada. ¡Cómo me habría gustado ver esa escena! Ella venía de Orson Welles como compañero de cama y no estaba dispuesta a rebajarse con aquel indio. Su historia fue a partir de entonces la de La Bella y La Bestia sin final feliz, pero si con películas espléndidas.

UN PAREJA PERFECTA
Hay muchas cosas en común en las cuatro famosas películas que rodaron casi seguidas Flor silvestre, María Candelaria, Las abandonadas, Bugambilia, (una quinta, La malquerida, de 1949, pertenece al terreno de lo olvidable). De entrada, los protagonistas. Dolores del Río y Pedro Armendáriz integran una de las parejas más potentes del cine mundial. Son la esencia del indigenismo más orgulloso, más noble, más sufrido. Ellos saben que son los mejores, pero también saben que son víctimas del destino implacable que no les va a permitir ser felices más que breves instantes de la vida. El argumento es muy parecido en todas:
Flor silvestre. Esperanza, una humilde campesina del Bajío, se casa en secreto con José Luís, el hijo del mayor hacendado de la zona, don Francisco. Cuando el amo se entera de esta boda, expulsa a su hijo de sus tierras y le lanza a los brazos de la Revolución. La pareja vive un breve intermedio de felicidad que coincide con el embarazo de Esperanza. Pero dura poco, dos renegados revolucionarios ahorcan a Don Francisco y José Luís se ve obligado a matarlos. La venganza de la Revolución será terrible y José Luís morirá fusilado.
María Candelaria. María Candelaria es la india más guapa de la milpa. Pero también la más odiada por el pasado turbio de su madre. María Candelaria y Lorenzo Rafael se quieren y están dispuestos a luchar por su amor frente a las adversidades de la vida y la malevolencia del pueblo, en especial la del malvado tendero Damián. El día de su boda, Damián acusa a Lorenzo Rafael de robarle. El joven es condenado a un año de cárcel. María Candelaria pide ayuda a un pintor que la quiere retratar desnuda. Ella se niega y el pintor pone su cara al cuerpo de otra mujer. El pueblo enfurecido piensa que es ella la modelo, queman su chinampa y la apedrean frente a la cárcel donde está encerrado Lorenzo Rafael.
Las abandonadas. Margarita, una joven embarazada abandonada por su novio, llega a la capital para trabajar y acaba en un prostíbulo. Allí conoce al general Gómez que se enamora de ella. Durante un tiempo son felices juntos, hasta que se descubre que Gómez es un impostor que acaba asesinado a tiros mientras intenta escapar. Ella es condenada por cómplice. Años más tarde, Margarita se encuentra con su hijo, ahora un brillante abogado que no la reconoce y la trata como una mendiga.
Bugambilia. Amalia de los Robles es más conocida como Bugambilia en la sociedad colonial del viejo Guanajuato. Bugambilia ama a Ricardo, pero su padre la quiere casar con Luís Felipe. El día de la boda de los dos amantes, el padre de Bugambilia mata a Ricardo, poco después se suicida y ella decide vivir sola con el recuerdo de su amado.
Las películas se parecen entre si no solo por las historias escritas por Mauricio Magadaleno, también por la cámara de Gabriel Figueroa, el hombre que mas partido supo sacar a los cielos mexicanos, a los árboles y milpas, a las montañas y nopales. Todo se convierte en sublime cuando pasa por su objetivo: los indígenas, la arquitectura colonial, los animales, y por encima de todo, las caras de Dolores del Río y Pedro Armendáriz. Incluso la ciudad, un México, un D.F. mucho más pequeño que el actual, adquiere en Las abandonadas tintes de grabado antiguo, despojado de la sordidez y el feísmo que se asocia a los ambientes de prostitución que el cine mexicano convirtió en género en el cine de cabareteras.
El Indio Fernández es el hombre que conjuga todas estas piezas. En una entrevista de 1952, cuando le preguntaron cual era su película favorita., el Indio afirmó María Candelaria. “¿Por qué?” quiso saber el periodista: “Hay más poesía –ingenua, sencilla como los corazones de su pareja protagonista- en esa película que en Flor silvestre. Son igual de patéticas, y lo mismo de dolorosamente humanas. Y con ser el tema de María Candelaria muy universal –la lucha del amor y la comprensión contra el odio y la superstición-, como está narrado, sólo puede ocurrir en México.” Indigenismo y nacionalismo a ultranza que encontró un eco en el Festival de Cannes de 1946 donde ganó el Gran Premio del Festival. Cannnes, como siempre, estaba dispuesto a descubrir cinematografías exóticas y ese año le tocó a la mexicana. George Sadoul escribió entonces: “Sin duda no hubo en Cannes película más fascinadora que ésta. Encantos desconocidos surgían de las barcas cargadas de legumbres, de las flores repartidas por todas partes, de las fiestas rústicas, de los mercados .... Quedó grabada en nuestros ojos esa tea blandida por un brazo desnudo que anuncia la persecución en la que la mujer es el animal a cazar. Y guardamos aún en el oído el grito del hombre preso que llama con toda su alma: ¡María Candelaria!”

EPILOGO EN 1984
Hacía poco que había empezado a colaborar en La Vanguardia, cuando me mandaron a Huelva a cubrir el Festival de Cine Iberoamericano donde se dedicaba un homenaje a Emilio Indio Fernández. El hombre que recibía a tiros a sus visitantes (Buñuel lo contaba riéndose a carcajadas), tenía ya 80 años, pero aun conservaba algo de la fiereza que le había hecho famoso. Y sobre todo, conservaba la lucidez de una memoria privilegiada. En una de sus respuestas a una larga entrevista que conseguí hacerle, me contestó: “Yo soy indio puro y estoy orgulloso de serlo. Mi cine tiene una virtud. Es un cine mexicano que ha salido de mis experiencias y de las experiencias de la gente que conozco. México es un pueblo de mestizos. Tenemos lo malo y lo bueno de los españoles y los indios. Mi cine refleja eso, la vida de un pueblo sojuzgado que surge de una lucha fratricida”. Acababa la entrevista diciendo: “Ya estoy viejo. Estoy casi fuera del tiempo. Si existiera una quinta dimensión allí me situaría yo.”
El Indio no era consciente que esa quinta dimensión son las películas que siguen proyectándose y disfrutándose una y otra vez. Una quinta dimensión donde Dolores del Río, desaparecida un año antes de esa entrevista; Pedro Armendáriz, muerto de un disparo que él mismo se dio cuando tenía 51 años; Gabriel Figueroa, que aún viviría catorce años más, hasta 1997; y Mauricio Magadaleno, que llegaría a cumplir 80 años antes de morir en 1986, solo unos meses antes que él, iban a encontrarse para vivir para siempre acompañados de las canciones del Trío Calaveras.
Flor silvestre y campesina
Flor sencilla y natural
No te creen una flor fina
Por vivir junto al nopal

No eres rosa, no eres lirio
Mucho menos flor de Lis
Pero adornas al martirio
Y al cardo haces feliz

Como tú mi flor silvestre
Tuve en la sierra un amor
Nunca supo de la suerte
Y si mucho del dolor.

Flor humilde flor del campo
Que engalanas el zarzal
Yo te brindo a ti mi canto
Florecita angelical

Mientras duermes en el suelo
Te protege el matorral
Y el cadillo y cornizuelo
Forman tu baya nupcial

Siempre he sido tu esperanza
Linda flor espiritual
Yo te he dado mi confianza
Florecita del zarzal
(publicado en ELLOS Y ELLAS, Calamar Ediciones, Festival de Huesca 2010)

miércoles, 7 de julio de 2010

CINCO PROGRAMAS Y UN ARTICULO

CINCO PROGRAMAS Y UN ARTICULO
Nuria Vidal
“El progreso es meramente una idea moderna; es decir, una idea falsa” “Viciosa es toda clase de contranaturaleza”. Federico Nietzsche. “El Anticristo”.

El programa “El hombre y la Tierra”, del doctor Rodríguez de la Fuente, ha despertado una violenta contestación en un determinado sector del público, del cual es muy representativo el señor Lasa, crítico de TV de Tele/Express. No es extraño que las palabras y las imágenes que el programa nos ha ofrecido en estos cinco capítulos hayan molestado a más de uno. Es evidente que para unos hombres que defienden la supremacía de la “obra civilizadora de Occidente”, basada en la escisión cada vez más aguda entre el hombre y su entorno, entre el hombre y la naturaleza, en una tecnificación constante con un abandono de cualquier tipo de iniciativas físicas o mentales, encontrarse con una cultura como la que nos permitieron contemplar los indios yanomamos de Venezuela tiene que resultar penoso. Rodríguez de la Fuente se enfrenta con este programa a dos tipos de pensamiento que mantienen ideologías muy diferentes, pero que curiosamente tienen entre sí una similitud total en el sentido de creer en la “superioridad del hombre blanco civilizado”. Tanto católicos convencidos como marxistas ortodoxos, pasando por simples burgueses bien conformados con su historia, encuentran una aberración que el señor Rodríguez de la Fuente se atreva a decir que estos indios son felices, viven como quieren y tienen todo el derecho del mundo a continuar su existencia sin que nada ni nadie tenga que intervenir en una labor “civilizadora”.
El señor Lasa dice pomposamente en su artículo (1) “… esas pobres gentes a las cuales no hay que esclavizar jamás…, pero a las que si será necesario CIVILIZAR”, así con mayúsculas. ¿Qué entenderá este buen señor por civilizar? ¿Acaso no se le ha ocurrido pensar que una cultura no pasa para todo el mundo por saber leer y escribir? ¿El qué, además? ¿Por tener muchos medicamentos que no sirven para nada de los cuales están llenas nuestras farmacias, ir vestidos hasta el cuello contraviniendo las más lógicas normas de la naturaleza en regiones cálidas donde no se precisa la ropa; o quizá pase la civilización por tener una televisión a la cual estar aferrados todo el día con una botella de coca-cola o whisky, según los casos, droga perfectamente permitida y estimulada por nuestras bien amadas clases dirigentes defensoras de los valores sacrosantos de la cultura occidental? No se le ha ocurrido razonar con su estrecha mente occidentalizada que una cultura se define ante todo por la mejor adaptación al medio, sabiendo aprovechar las ventajas que le ofrece, creando nuevas condiciones que favorezcan su desarrollo, y no por el número de universitarios que pueblan cementerios culturalistas tan abundantes en Europa o América.
Me parece que es mucho mejor contemplar y admirar, ya que pretender ser como ellos entraña numerosas dificultades a nuestras programadas y reprimidas mentalidades, como aún quedan comunidades humanas en la Tierra capaces de eso, de vivir en comunidad, de trabajar para todos, de no mantener dependencias económicas o sociales con una total libertad de acción y de trabajo que trae consigo una responsabilidad total ante la sociedad en que se desarrolla. Cada individuo tiene una función específica en la vida del poblado que cumple con agrado; su trabajo no es una carga, no es un castigo divino: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, es una diversión que les permite mantener el ritmo de vida que han elegido, en una asombrosa convivencia de hombres, mujeres y niños con los animales de la selva, a los cuales quieren y cuidan con un absoluto respeto que alcanza todo lo que tiene vida. Es asombroso encontrarse con alguien que aún es capaz de utilizar las manos para construir sus objetos, que mueve los pies con tal agilidad que son en realidad unas segundas manos, que sabe sacar de la tierra alimentos, medicinas y productos para la construcción de sus aldeas y adornos.
Dice con toda frescura el señor Lasa refiriéndose a los comentarios de Rodríguez de la Fuente: “…entonar un canto entusiástico y enfervorizado al analfabetismo, la mugre y la falta de toda protección médica que mantienen a aquellas gentes en una patética y nada culpable ignorancia…” No se ha parado a pensar el señor Lasa que analfabetismo es un concepto nuestro y no suyo, que mugre es una idea nuestra y no suya y que protección médica la necesitamos nosotros, pero no ellos. Para qué necesitará un yanomamo saber leer y escribir si su tradición cultural no pasa por los libros ni por las historias escritas; el indio venezolano sabe leer el cielo, la tierra, los ríos, las plantas, cosa en la que estoy segura es completamente analfabeto el señor Lasa. Para qué quiere el indio vestirse y cubrir su cuerpo, por demás de una belleza equilibrada, si no tiene tabues morales, religiosos o sociales que se lo impongan y en cambio el clima y el medio favorecen su desnudez. Para que quiere medicamentos químicos que tan sólo contribuyen a estropear un organismo si pueden obtener de la selva cualquier tipo de planta para combatir sus enfermedades. Parece que el comentarista de TV se ha confundido en sus apreciaciones y piensa que son lo mismo los indios transculturados que viven en la civilización al servicio de la industria y las plantaciones con numerosos problemas de adaptación y una gran mortalidad a falta de una alimentación adecuada y sobre todo, con una abulia de vivir, que los indios que pudimos ver en la pantalla, indios que gozan de una perfecta salud física y mental y que consiguen alcanzar edades muy avanzadas en plena posesión de sus facultades. Habla el señor Lasa de mugre ¿Acaso no es mucho menos higiénica nuestra sociedad polucionada, nuestro sistema de vida, por muchos lavabos, bañeras, jabones, pastas de dientes y desodorantes que usemos? El yanomamo vive al sol, como debiera ser, se baña cada dia en sus ríos al caer la tarde en una especie de fiesta en la que participan todos los habitantes del poblado, sin distinción de edades o sexos, siendo este uno de los momentos más apreciados por la comunidad, utiliza para su adorno y limpieza productos vegetales adecuados en lugar de las incómodas, antihigiénicas y desagradables ropas que nos vemos obligados a usar nosotros y que según este señor tendrían que llevar los indios como primer paso para civilizarse… “…indígenas que lucen al sol y a la serena sus trajes de piel idiota, descalzos hasta la barbilla.” Me pregunto: ¿quién es el idiota, ellos o nosotros? Dice en otro sitio este universitario comentarista que parece imposible que se pueda hacer “…una apología de un pueblo de terrible mortalidad y precaria existencia cuyos niños de vientres abultados revelan su deficiente nutrición por muchas arañas peludas que se zampen…” En qué se basará este bien alimentado crítico que come productos envasados hace cinco o seis años, pescados congelados, carne la mayor parte de las veces pasada, frutas y verduras maduradas en cámaras frigoríficas, pan elaborado con productos químicos, etc (¡que diferencia hay entre una araña peluda y un caracol de jardín, tan apreciado por algunas personas¡) Qué argumentos puede utilizar para criticar a este pueblo que aún mantiene una dieta de productos naturales, peces recién pescados en ríos no contaminados, animales cazados de un día para otro, frutas cogidas directamente de las plantas, sin un afán depredador, ni consumidor, ni conservador; se coge lo que se necesita, no hay que ahorrar para el futuro, no hay que guardar nada, la selva lo da todo gratis. Este equilibrio alimenticio de proteínas y vitaminas que mantiene en plena forma a los indios que aún viven de acuerdo con sus antiguas costumbres es lo que les da la agilidad y elasticidad y la belleza formal de sus cuerpos, en los que no se aprecia ninguna tara física, no hay hombres o mujeres gordos o flacos, no hay enfermos de la vista, no hay, en suma, deficientes físicos, tan abundantes en nuestra sociedad. Se asombra por último el señor Lasa de que el doctor de la Fuente hablara elogiosamente de la droga que los indios aspiran por la nariz, el yopo, con el cual se sitúan en un plano de suprarealidad. Los indios en estado de yopo o yopados se transmiten sus más antiguas sabidurías, sus más profundos conocimientos y se ponen a si mismos a prueba. El señor Lasa vuelve a caer en un error generalizado propio de mentes cerradas. Las drogas alucinógenas fueron utilizadas por todas las culturas y civilizaciones desde las más lejanas épocas del mundo como medio de acceder a un conocimiento superior, como vehículo de superación del hombre mismo; las drogas alucinógenas no producen hábito y son, científicamente demostrado, prácticamente inofensivas para la salud física y mental. Si son perseguidas es por motivos menos caritativos de lo que este comentarista parece creer, puesto que producen mucho mas daño el tabaco o el alcohol, convenientemente aupados por nuestra sociedad de consumo.
Con todo esto no quiero en principio defender al doctor Rodríguez de la Fuente, el cual me merece todos los respetos, sino simplemente manifestar mi apoyo hacia una labor cultural que pretende mostrarnos que no todo el mundo es como nosotros, que no toda la humanidad está deseducada, alienada y reprimida. Estos cinco episodios nos han permitido acercarnos a una realidad diferente de la nuestra que ha sido tratada por el comentarista de Tele/Express de una forma harto superficial, generalizando algunas ideas comunes acerca de los indios sudamericanos sin pararse a pensar en las diferencias internas de las comunidades según si viven o no de acuerdo consigo mismas o si están transculturalizadas. El subdesarrollo se produce por una ruptura en el equilibrio entre población y producción, producida generalmente por medios ajenos a la propia cultura. “La civilización occidental ha establecido sus soldados, sus factorías, sus plantaciones y sus misioneros en el mundo entero; ha intervenido directa o indirectamente en las vidas de las poblaciones de color; ha transformado completamente su forma de vida, imponiéndo la suya, instaurando las condiciones que conducían al derrumbe de los marcos existentes sin reemplazarlos por nada más” (2). Parece que ésta es la obra civilizadora que pide el señor Lasa para los indios yanomamos.
(1) Tel/Express, 15 de junio de 1974
(2) Levi Straus, presentación y antología de textos. Editorial Anagrama. Barcelona, 1974; pagina 184.

Publicado en la Revista Destino, número 1916, junio 1974